lunes, 23 de junio de 2008

Comentario obra "Después de clases nos matamos" por Federico Zurita


En un mismo edificio habitan nueve adolescentes, el conviviente de la madre de una de las muchachas de este grupo y un vagabundo que se ha instalado a vivir en el sótano. Este edificio y estos once personajes son el vértice visible en el mundo creado por la obra Después de clases nos matamos, que la compañía Micromáquina está presentando en la Sala Sidarte bajo la dirección de Jimmy Deccarett.

Los nueve adolescentes, siete mujeres y dos hombres, están unidos por distintas clases de abandono (padres muertos, en otra ciudad o simplemente desinteresados) y, más que unidos, están revueltos pero solos, torturándose unos a otros e intentando llamar la atención con chaquetas negras como el petróleo, intentos de suicidio (algunos reales, al borde de la azotea, y otros simplemente inventados por la imaginación adolescente), supuestos amores lésbicos que duran hasta después de la muerte, bulimia, moda japonesa y una melancolía populista. Veamos: “Todos me dejaban sus mensajes, en el fotolog, en el pizarrón, en mis cuadernos. Me amarraron, me bautizaron con escupo, me sacaron la ropa, me depilaron, me depilaron abajo, me metieron a un basurero lleno de mierda, traté de matarme, estuve un mes en un hospital… mentira, nunca traté de matarme”, dice Anita, una muchacha sospechosamente dulce que cuenta sus más terribles experiencias mientras baila Para para.

La historia está construida a partir de cuadros ambientados en diferentes espacios del edificio: la azotea, el sótano, el departamento del Ronaldo y su hermana inválida, el hogar de la Javi y la Juli, la habitación de la Rebe, la plaza en frente del edificio. Cada cuadro es anunciado al público por alguno de los personajes, anticipando información. Por ejemplo: “Azotea, primer intento”, “El vuelo de la chaqueta”, “Sótano, mientras los papitos duermen”, “Azotea, segundo intento”, “Sótano, el pasado de Miguel”, “Azotea, último intento”, “Casa de Alejandra y Roni, bailando por un sueño”, “Azotea, voy a ser perfecta”, “Casa de Alejandra y Roni, amor de hermanas”. Tales anuncios desvían la organización desde lo dramático hacia lo narrativo, pues habría en aquello una suerte de narrador. O más bien múltiples narradores que construyen un relato [pretendido como] panorámico y que refleje las nauseas adolescentes desde la ilusión de estar adentro de la garganta saturada de jugos gástricos, mientras la chaqueta negra como el petróleo se pasea de espalda en espalda, oscureciéndolo todo.

Otra vez, por tanto, estamos frente a una obra nacional con un grado de influencia de las propuestas teatrales de Bertolt Brecht (H. P., La chancha, Pancho Villa, Fuente Ovejuna, sólo por nombrar títulos recientes). Los hechos, por tanto, no ocurrirían ante los ojos del espectador en un presente, pues ese narrador advertiría de algo que ya ha sucedido. Así, el actor jamás se convertiría en el personaje, situación que es advertida mediante ironía: “Tú estás actuando”, le dice Miguel a la Pola. Y ojo que la Pola nos sorprende. Otras huellas manifiesta de las propuestas del teórico y dramaturgo alemán son: una escenografía mínima (en este caso una que adolece de pobreza) y una dosis reducida de espectáculo musical (no como en la sala que está justamente al lado, donde la obra Marejadas es rellenada con bailes y canciones, posiblemente porque sus responsables no tienen nada más que decir).

Habría, entonces, un intento por producir en los espectadores un distanciamiento que les permita elaborar una reflexión antes que sumirse en las emociones que podría generar una representación con un formato más realista ¿Es, entonces, esta representación de la melancolía adolescente una suerte de teatro explicativo de una problemática generacional?, ¿Habría una suerte de intento de retratar cómo opera sobre estos arquetipos un fatalismo mecanicista, como si se tratara de arte con pretensiones científicas?. Más bien se trataría de una propuesta comprensiva que es capaz, en una sala que no permite más de veinte espectadores por función, de incidir en la realidad. El teatro nunca se queda sólo en el teatro. Si la obra es Después de clases nos matamos, esto sería “después del teatro nos salvamos”.

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Después de clases nos matamos

Creación colectiva.

Dirección: Jimmy Deccarett.

Elenco: Macarena Araya, Carolina de la Maza, José Luis Lavín, Pedro Vilarnau, Arturo Pincheira, Christian Seve, Pamela Lizama, Natalia Mora, Karina Zegpi, María José farías y Soledad Escobar.

Duración: 1 hora 15 minutos.

Compañía de teatro Micromáquina.

Sala Sidarte, Ernesto Pinto Lagarrigue Nº 131, Barrio Bellavista.

Desde el 12 al 29 de junio.

Funciones jueves, viernes y sábado 21:00 hrs. Domingo 19:00 hrs.

Precios general $ 3.000, estudiante y 3ª edad $ 2.000.

Comentario de la obra "Despues de Clases nos matamos" por Kjesed Faundes


Conozco de cerca el trabajo de Jimmy Daccarett y por ello digo con propiedad que lo que más me gusta de su dirección, son sus puestas en escena. Con ello me refiero a cómo ubica las escenas en el espacio, cómo controla el ritmo, los elementos que introduce y cómo tensa las relaciones de los personajes para desarrollar los conflictos.
No es un teatro donde uno salga de la sala conmovido con una historia en particular o con la magnificencia de un texto bien escrito, es un teatro que a uno le mantiene alerta y lo estimula sensorialmente desde la puesta en escena. Linternas, mesas, focos, barbies, televisores, ventiladores, etc, cosas que a la luz fluorescente de una sala de clases parecen comunes, pero que con la ayuda de un par de focos se transforman en una seguidilla de recursos que arman y desarman espacios, que revelan el ritmo interno de los personajes, su conciente y su inconciente, con una musicalidad marcial postmoderna que es muy particular. Nada de grandes monstruos escenográficos o trucos disimulados, actores de carne y hueso, con efectos especiales que el Fondart no financió.
Ese es a mi juicio el gran mérito de Jimmy Daccarett, que una vez más trabaja con jóvenes (alumnos recién titulados de la escuela de teatro de la UDD) y que con una cuota de humor irónico desarrollan las historias de un grupo de jóvenes agobiados por sus problemas, que quieren suicidarse después de clases.
El texto a mi no me mató. Intenta ser contingente, hablar de los jóvenes y sus problemas, de esos problemas existenciales más que de discursos anti LGE, pero que no. Según mi modesta opinión, esta adapación de “Legoland” de Dirck Dobbrow no es un buen texto, no siendo el original tampoco muy bueno.
La obra se hace entretenida por la vertiginosa puesta en escena y por lo que logra el conjunto de actores, fuertemente cohesionados, de donde destaca Soledad Escobar, interpretando a algo parecido a una pokemona (capaz que me peguen los pokemones, pero así la catalogaría yo si me lo pidiesen) y por sobretodo, el trabajo del director.

Estreno: Después de clases nos matamos"

Estreno: Después de clases nos matamos"
Haz clic en el flyer para ver el trailer de la obra

"Después de clases nos matamos"

"Después de clases nos matamos"
¿Qué ocurre cuando la infancia armónica y feliz desaparece y, en su lugar, se instala la realidad aplastante de una ciudad de grises edificios de hormigón?

“Después de clases nos matamos” retrata la vida de once jóvenes unidos por una situación de abandono, desamor y soledad. La distorsión o la ausencia de las figuras paternas, así como las exigencias de una sociedad competitiva y exitista, establece en ellos una carencia afectiva y una necesidad de comunicación real, que paradójicamente los lleva a buscar la felicidad en realidades inexistentes o, incluso, en una vida sin dolor después de la muerte.


Javi y Juli, hermanas huérfanas, buscan una respuesta a la muerte de su madre, víctima de un tumor cerebral, y de su padre, en un confuso accidente. Javi cree que la única forma de escapar de su realidad es el suicidio.

Susa, enamorada de Beno, presenta conflictos con la gordura y la fealdad, que la llevan a la bulimia.

Rebe insinúa una relación lésbica con Javi, y siempre se mete en situaciones peligrosas para llamar la atención de sus padres. Así conoce a Miguel, quien pudo ser un gran ingeniero, pero que ahora vive en la calle, pues carga con una muerte en su conciencia.

Víctor, ex compañero de universidad de Miguel, le tiene aversión al trabajo y, haciéndose el simpático, consigue un lugar para vivir en las camas de las mujeres solas del edificio.

Roni, que sueña con el amor de Juli, convive con su hermana Alejandra, que sufrió un accidente de auto y necesita de intensivos cuidados. Ambos establecen una enfermiza relación de co-dependencia.

Pola, abandonada por su padre, vende marihuana y ejerce la violencia sobre sus compañeros, ocultando su feminidad.

Anita, niña de provincia, fue víctima de bulling y hoy está decidida a encontrar un lugar en este grupo de nuevos amigos, a tal punto que se inventa un pololeo con Roni.