En un mismo edificio habitan nueve adolescentes, el conviviente de la madre de una de las muchachas de este grupo y un vagabundo que se ha instalado a vivir en el sótano. Este edificio y estos once personajes son el vértice visible en el mundo creado por la obra Después de clases nos matamos, que la compañía Micromáquina está presentando en la Sala Sidarte bajo la dirección de Jimmy Deccarett.
Los nueve adolescentes, siete mujeres y dos hombres, están unidos por distintas clases de abandono (padres muertos, en otra ciudad o simplemente desinteresados) y, más que unidos, están revueltos pero solos, torturándose unos a otros e intentando llamar la atención con chaquetas negras como el petróleo, intentos de suicidio (algunos reales, al borde de la azotea, y otros simplemente inventados por la imaginación adolescente), supuestos amores lésbicos que duran hasta después de la muerte, bulimia, moda japonesa y una melancolía populista. Veamos: “Todos me dejaban sus mensajes, en el fotolog, en el pizarrón, en mis cuadernos. Me amarraron, me bautizaron con escupo, me sacaron la ropa, me depilaron, me depilaron abajo, me metieron a un basurero lleno de mierda, traté de matarme, estuve un mes en un hospital… mentira, nunca traté de matarme”, dice Anita, una muchacha sospechosamente dulce que cuenta sus más terribles experiencias mientras baila Para para.
La historia está construida a partir de cuadros ambientados en diferentes espacios del edificio: la azotea, el sótano, el departamento del Ronaldo y su hermana inválida, el hogar de la Javi y la Juli, la habitación de la Rebe, la plaza en frente del edificio. Cada cuadro es anunciado al público por alguno de los personajes, anticipando información. Por ejemplo: “Azotea, primer intento”, “El vuelo de la chaqueta”, “Sótano, mientras los papitos duermen”, “Azotea, segundo intento”, “Sótano, el pasado de Miguel”, “Azotea, último intento”, “Casa de Alejandra y Roni, bailando por un sueño”, “Azotea, voy a ser perfecta”, “Casa de Alejandra y Roni, amor de hermanas”. Tales anuncios desvían la organización desde lo dramático hacia lo narrativo, pues habría en aquello una suerte de narrador. O más bien múltiples narradores que construyen un relato [pretendido como] panorámico y que refleje las nauseas adolescentes desde la ilusión de estar adentro de la garganta saturada de jugos gástricos, mientras la chaqueta negra como el petróleo se pasea de espalda en espalda, oscureciéndolo todo.
Otra vez, por tanto, estamos frente a una obra nacional con un grado de influencia de las propuestas teatrales de Bertolt Brecht (H. P., La chancha, Pancho Villa, Fuente Ovejuna, sólo por nombrar títulos recientes). Los hechos, por tanto, no ocurrirían ante los ojos del espectador en un presente, pues ese narrador advertiría de algo que ya ha sucedido. Así, el actor jamás se convertiría en el personaje, situación que es advertida mediante ironía: “Tú estás actuando”, le dice Miguel a la Pola. Y ojo que la Pola nos sorprende. Otras huellas manifiesta de las propuestas del teórico y dramaturgo alemán son: una escenografía mínima (en este caso una que adolece de pobreza) y una dosis reducida de espectáculo musical (no como en la sala que está justamente al lado, donde la obra Marejadas es rellenada con bailes y canciones, posiblemente porque sus responsables no tienen nada más que decir).
Habría, entonces, un intento por producir en los espectadores un distanciamiento que les permita elaborar una reflexión antes que sumirse en las emociones que podría generar una representación con un formato más realista ¿Es, entonces, esta representación de la melancolía adolescente una suerte de teatro explicativo de una problemática generacional?, ¿Habría una suerte de intento de retratar cómo opera sobre estos arquetipos un fatalismo mecanicista, como si se tratara de arte con pretensiones científicas?. Más bien se trataría de una propuesta comprensiva que es capaz, en una sala que no permite más de veinte espectadores por función, de incidir en la realidad. El teatro nunca se queda sólo en el teatro. Si la obra es Después de clases nos matamos, esto sería “después del teatro nos salvamos”.
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Después de clases nos matamos
Creación colectiva.
Dirección: Jimmy Deccarett.
Elenco: Macarena Araya, Carolina de la Maza, José Luis Lavín, Pedro Vilarnau, Arturo Pincheira, Christian Seve, Pamela Lizama, Natalia Mora, Karina Zegpi, María José farías y Soledad Escobar.
Duración: 1 hora 15 minutos.
Compañía de teatro Micromáquina.
Sala Sidarte, Ernesto Pinto Lagarrigue Nº 131, Barrio Bellavista.
Desde el 12 al 29 de junio.
Funciones jueves, viernes y sábado 21:00 hrs. Domingo 19:00 hrs.
Precios general $ 3.000, estudiante y 3ª edad $ 2.000.